sábado, 12 de noviembre de 2011

Recuperado [16 Abril 2007]


Estaba de espaldas de cara al horizonte, con la mirada perdida en algún pensamiento muy lejano del presente, posado en la baranda con la ligereza de un nenúfar, fumaba un cigarrillo que se abría paso entre sus sonrojados y vergonzosos labios.
Tras una cortina de humo veía dibujarse su silueta de trazos suaves y firmes. Sinuoso contorno que se me antojaba desconocido, y a la vez familiar.
El cielo empezaba a dibujar pequeñas sombras naranjas, más allá del alcance de la vista, mientras la luz iba muriendo para darle vida al ocaso.
La tranquilidad le arropaba en su regazo, arrullandole con una nana tan antigua como la propia naturaleza. No se escuchaba ruido alguno, salvo el romper de las olas con fuerza suicida en la playa, despidiendo en la brisa la sal de su sangre.
Le observaba con atención desde detrás, apostada en la puerta, procurando in advertir mi presencia, no quería romper la composición del precioso cuadro que se dibujaba y caprichosa, mantenía sus formas en el recuerdo.
En mi intencionada invisibilidad no pude percatarme de que la ausencia de un apego hacía mella en su alma, e incapaz de comprender la magnitud del cariño que necesitaba, me dedicaba a mirarle a una distancia prudente para evitar contagiarme de su nostalgia.

Ignorante de que él era yo, y yo era él.

En un pálpito de intuición, posó sus pupilas sobre las mías y dirigió vacilante sus pasos hacia ese oscuro lugar donde me escondía, aún absorta en el dique de la tristeza en donde rompía mi alma, muriendo al ritmo que lo hacían las olas en la arena.
No existían palabras para nosotros, únicamente eran palpables las miradas recíprocas, volando desde la angustia, soledad, abandono, hasta el orgullo en donde anclaron definitivamente.
Se consumió su cigarro como el tiempo que estuvimos así, uno frente a otro, diciendo todo lo que las palabras nunca pudieron: sonrisas vacías, ojos rayados, una mirada que se evita, sonido de cristales rotos... un corazón que desaparece.
Y comenzó a soplar una gélida brisa que ocultó tras una cortina castaña las lágrimas que recogían mis labios. Él, dejó volar las últimas cenizas del tiempo entre sus dedos, sonrió levemente, más que una sonrisa era aceptación, y pasó a mi lado, rumbo a la nada de donde no retornaría, cada paso, un latido que iba perdiendo la fuerza con la que antiguamente retumbaba.
Comienza a doler el pecho, lo siento vacío, hueco al arrancar algo tan importante pero tan culpable

¿Así te despides?

Adiós corazón, espero seguir oyendo el ahora débil latido que te crea, pues aunque lejos de mi alma, enterrado entre escombros de sueños derruidos, todavía tienes la misión de mantenerme con vida... absurda tarea.

El viento silencia para dar orden a mis pensamientos, no escucho latidos de pasión y vida... por fin, soy viuda del amor.

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