lunes, 12 de marzo de 2012

Así era ella, simple y conformista



Decía que le gustaba el té amargo, porque así era su vida, natural pero desagradable, y que no necesitaba ningún tipo de azúcar que le disuada del verdadero sabor de su existencia.
Pero aparte de eso, le encantaba el chocolate, porque ese cosquilleo en su paladar le causaba un torrente de dopamina y endorfinas que era capaz de nublar cualquier malestar en un momento, tal era su dependencia que su sangre no era sangre, y sus emociones solo una turbación de su esencia.
Aunque esperaba con ansias todos los veranos, adoraba el otoño, ya que sentía indentificada con esos árboles que, lejos de satisfacer a todo el que le rodea, se despojan del disfraz con el que cubren sus troncos, mostrando simplemente lo que son, maraña de ramas secas y desilusión.
Sonreía cuando el frío invadía su cuerpo cada vez que salía a la calle, pudiendo abrazarse entre algodón y lana sintética, se sentía protegida en esos muros que construía cada mañana, intentando evitar que el calor de su corazón se desvanezca como el vaho que corretea por sus labios.
Si, decía que le encantaba la música triste, sonidos melancólicos de pianos desgarrados y violines que lloran por cada cuerda, se sentía empática ante una película donde el protagonista no es capaz ni de ver la luz al final del túnel, de desamor, de sueños rotos, de promesas no cumplidas, la realidad en su más puro estado tangible, ya que las historias felices son finales inconclusos de una ilusión que la sociedad quiere que creamos, por que no es válido ni viable que alguien piense en la vida como algo que duele.
Pero es así el manto con el que cubre sus pupilas, el fulgor que le acompaña cada amanecer, y que se acuesta con ella en esa cama solitaria, demasiado grande para un corazón solitario, demasiado pequeña para expresar lo mucho que le echa de menos.
Decía que su color favorito era el blanco, ya que desde el blanco se crea todo, y es donde mejor se plasman sus sentimientos, resultante de la mezcla de cada tonalidad, cada gama, matiz y modo que tiene el mundo de devolverle los días, las horas, los minutos, que se desvanecen en el sonido de ese tic tac que late con fuerza en su pecho.


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